El olor impregnante a sudor que traían las camisetas de los 3 jóvenes, hacía que los desprevenidos transeúntes caminaran por la acera opuesta. Habían transcurrido dos días de travesía desde aquella lejana vereda de Bolivar hasta que Julián, David y “El Nene” habían logrado llegar a la tranquilidad de Cartagena, lejos de aquella vereda que a esta hora olía a sangre y a muerte, y en donde los únicos sobrevivientes de la masacre del Tarra – 124 en total -, habían salido despavoridos, dejando atrás a un pueblo muerto y fantasmal, para buscar algo de ayuda en las calles de Cartagena.
- Ya deja de chillar como una pelada – le dice Julián al Nene, -mira que ya llegamos y tenemos que buscar a los demás, si sigues chillando, más rápido te vas a secar –
Y es que los paramilitares que cometieron la masacre no le dieron tiempo a nadie para escapar. Julián, David y “El Nene” regreseban a la vereda de una explayada, luego de haberse echado un picadito en la explayada que queda a cinco minutos de la vereda de “El Tarra”. Sólo sintieron una explosión que los puso a correr olvidando el balón, para buscar refugio en unos matorrales. 37 miembros del bloque Rafael Uribe Uribe de las Autodefensas al mando de “Piraña” estaban en el Tarra cazando guerrilleros, sólo había dos opciones: esconderse o morir. Los tres jóvenes cayeron dentro de unos matorrales, y sólo pocos pasos veían cómo los paras iban abriendo casas, con lista en mano, sacaban a sus víctimas y les metían un tiro en la nuca. Ahí quedaron tirados como perros botando sangre. – ¡Pero si ese man es Elías! musitaba David desde el escondite -, otro disparo y ese señor que todos los domingos jugaba dominó desde su asoleadora, ya no era más que un bulto de huesos y carne que se empezaban a descomponer.
Aunque nunca habían estado en Cartagena, lo primero que hicieron los tres muchachos fue buscar la sombra de la muralla; sabían que la muralla existía y que según el profe Tobías había servido a la resistencia contra los españoles. Hoy la muralla de Cartagena servía para esconder del ardiente sol de las tres de la tarde a los sedientos muchachos. Dos días de caminata les empezaban a pasar la cuenta de cobro de las dos jornadas más intensas de sus vidas.
Para llegar al Tarra desde Cartagena, una persona con los medios idóneos, es decir, una camioneta y una canoa, se demora más de medio día. Pero ese no era el caso de los tres jóvenes futbolistas, que de un picadito de fútbol pasaron a ser testigos de una de las peores masacres a manos de los paramilitares en Bolivar.
Como la puerta del colegio no abría, “Piraña” ordenó tumbarla a punta de metralla y granadas. El comandante del bloque Rafael Uribe Uribe buscaba con desespero al rector del colegio – “Ese hijueputa tiene que aparecer por algún lado” – refunfuñaba “Piraña”, -“Ese maricón está escondido ahí adentro, y nos tenemos que ir porque se nos está acabando el sol”. Sin decir mucho más ordenó sacara al rector a como diera lugar. Y es que del rector los tres jóvenes sí sabían que no era una perita en dulce., se la pasaba jodiendo con los libros de Marx y las columnas de un cachaco llamado Alfredo Molano. “Muy de izquierda el viejito” dice El Nene.
Sin tener idea de que el viejito se estaba escondiendo con 15 niños en el colegio, apenas volaron la puerta, “Piraña” y dos o quizá tres de sus subalternos abrieron fuego contra cualquier cosa que se moviera dentro del plantel. Tuvieron que pasar unos 4 largos minutos para que Piraña saliera del colegio gritando: “Hijueputas, hijueputas, matamos a todos esos pelaos, pero si será guevón el anciano de escudarse en los niños, hijueputa, hijueputa!” y corrió como loco por todo El Tarra.
Los tres jóvenes salieron despavoridos a buscar la ruta que el abuelo de Julián ya les había enseñado, en caso de que una cosa de estas pasara; la zona era caliente y si no había paras, había guerrilla, y cualquiera de los dos podía llegar al Tarra a masacrar a toda la vereda. Un pequeño y angosto camino, con una pronunciada bajada, los sacó a un claro luego de unos 8 minutos de caminata. En el claro buscaron el riachuelo que finalmente al amanecer, y picados por los zancudos, los llevó a la despavimentada principal. De ahí a la pavimentada les tomaría hasta el amanecer del día siguiente. Ya en la principal, lograron que un camión lleno de pollos los dejara en las entradas del barrio Manga, de donde caminaron hasta el centro de la ciudad, a buscar sombra ante el inclemente sol de esa tarde azul que se levantaba sobre La Heróica.
-“Que te digo que dejes de chillar, que si se escaparon, vendrán por la misma ruta, o hasta ya habrán llegado a algún lado” – Un turista alemán que caminaba por tercer día por Cartagena se les acercó, les sonrió con lástima, y pensando quizá que eran tres más de los que engrosan las cuentas de la pobreza, les alcanzó un billete de $10.000 . Los tres jóvenes, estupefactos con el inesperado gesto de quienes creyeron era un gringo se quebraron en llanto. David era el más grande de los tres, tenía 17 años, y se sintió responsable de administrar el dinero, lo primero que harían sería comprar refrescos y algo de comer, pues la sed los mataría y el hambre los remataría.
Adentrándose en las calles del corralito de piedra, los tres muchachos, cansados, con los pies ampollados y ya casi sin energía, lograron encontrar una pequeña tienda con un ventilador a toda máquina, y Radio Cartagena a todo volumen. Pidieron 3 botellas y de agua y tres carimañolas, ya sin entender ni por qué estaban en Cartagena y no en el Tarra, los muchachos se dejaron caer sobre las sillas plásticas de la tienda. “ ! Extra! Extra!”. La radio interrumpió la cumbia que sonaba, encendió sus micrófonos y comenzó a informar:
“Mucha atención, a esta hora un grupo de 121 personas, habitantes del Tarra se encuentra agrupado en la plaza de la aduana, clamando ayuda de las autoridades, parece que hace dos noches ocurrió una terrible masacre en la localidad del Tarra, departamento de Bolívar, y están llegando a Cartagena los sobrevivientes, esperen ampliación de esta información”.
El Nene se paró de la mesa y empezó a saltar por toda la tienda. “¡Están vivos, están vivos!” exclamaba. David le preguntó al señor detrás del mostrador de la tienda las indicaciones para llegar a la Plaza de la Aduana, y luego ayudó a Julián a que se reincorporara y tratara de caminar sobre sus ampollas.
A las 121 personas que había en la Plaza las conocían, algunos tenían sangre en las manos y en la ropa, y en la frente. David encontró a su mamá empapada en llanto, a su esposo, el padre ejemplar de David lo mató “Piraña” cortándolo por la mitad con una motosierra.
Julián encontró a sus hermanos, y esa misma noche llegaron a la Plaza sus papás, venían en otro grupo de sobrevivientes que había logrado escapar del Tarra.
El Nene no encontró a nadie. Con sólo 15 años de vida ya había perdido a toda su familia. La tragedia en Cartagena hasta ahora comenzaba, y miembros de la Fuerza Pública y la Cruz Roja Colombiana cerraron los accesos a la plaza para comenzar a atender y ayudar a los desplazados, 124 más que se suman a las listas oficiales, 124 más que dejaron en El Tarra a quienes en vida fueron sus amigos y familiares. 124 más que esta noche no tienen el techo propio bajo el cual dormir, buscando borrar de sus memorias la pesadilla vivida aquél 21 de septiembre de 2009.
LOS TRES DEL TARRA
Publicado por
Sergio Held
on lunes, 12 de octubre de 2009
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Los tres del Tarra
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