LA MEZQUITA DEL SEXTO PISO


Por: Sergio Held Otero

En pleno corazón de Bogotá, en donde los comerciantes venden desde perfumes hasta veneno para ratas, ahí, en San Victorino, a pocas cuadras de la Alcaldía de Bogotá, en la carrera novena con calle once, se levanta un viejo edificio que cualquier desprevenido tildaría de abandonado; sin embargo un portero en su entrada, que se sienta justo mirando hacia una pescadería – que también parece abandonada -, indica lo contrario. El edificio tan viejo como es, no cuenta con ascensores, al entrar unas escalinatas en piedra dan la bienvenida a los visitantes que deben comenzar el ascenso. Tenebrosas puertas que esconden secretos guardados por quién sabe cuántos años se muestran en el recorrido. 1,2,3,4,5 pisos de oscuridad, acompañados de una baranda roja y un rayo de luz del sol que se cuela por unas rendijas. En el sexto piso un letrero adornado con una media luna y una mezquita con caracteres árabes verdes, y luego en español, le avisa a los despistados en dónde están parados: es la Asociación Benéfica Islámica, fundada en 1979, o mejor aún, es la Mezquita del sexto piso.
Un rancio olor invade el tenue ambiente. Debe ser la humedad del tapete. Un estante a mano derecha guarda los zapatos de todos los que quieran entrar al sagrado templo del islam. Al fondo, una sala de espera con asientos en cuero son el preámbulo de lo que hay más atrás. Las paredes se cubren con fotos de La Meca y oraciones en árabe. Las paredes en madera y su clásico estilo dan fe de la fecha de fundación que aparece en la entrada.
Tras una puerta aparece Ahmatael, un señor ya entrado en años, con una larga barba blanca y chaqueta negra de cuero hablando en un castellano bien elaborado, pero sin dejar de un lado un marcado acento árabe, saluda a los visitantes. “Sala Malekum!” dice con una sonrisa y esperando oír la misma frase de vuelta. Al no oírla, inspecciona a los visitantes con la mirada y se pone a su disposición preguntándoles en qué les puede servir. Cuando se entera que quienes lo visitan son simples curiosos, una nostalgia lo invade y su aspecto cambia, entonces comienza a contar su historia, que no es otra que la de la Mezquita del sexto piso.
Con la voz quebrada y cansada por tanto luchar en una tierra tan lejana a la suya, recuerda su infancia en Siria y cómo y por qué terminó en Colombia. Era el año de 1989 y el Ministerio de Asuntos Religiosos de Kuwait, en un intento por extender la cultura y religión musulmana ya había establecido desde 1979 la Asociación Benéfica Musulmana, en el centro de la capital colombiana. Ahmatael fue la persona designada para extender esa cultura islámica en Bogotá a través de la mezquita. Al comienzo, organizar el templo no fue tan complejo, pero lo problemas para la mezquita y para Ahmatael aparecieron cuando en agosto de 1990 Sadam Hussein invadió Kuwait, y acabó con todas sus instituciones gubernamentales, y entre ellas el Ministerio de Asuntos Religiosos, del que dependían Ahmatael, y su mezquita del sexto piso de un viejo edificio en el centro de Bogotá.
Mientras Ahmatael narra su historia, caminado por una ancha sala de la mezquita, en la que sólo están de pie él, y unas pocas columnas que sostienen el viejo edificio, los feligreses comienzan a llegar para la oración de la una de la tarde, como todos los viernes acostumbran hacerlo. Una pared divide el salón en dos: en un lado solas estarán las mujeres rezándole a Alá, - envueltas en túnicas y pañolones dispuestos en percheros a la entrada - escuchando las enseñanzas de Mahoma, y en el otro, estarán los hombres, que de rodillas inclinados sobre tapetes persas orientados en dirección a la Meca seguirán el sermón de Ahmatael, quien desde un podio rodeado de arcos de concreto y en cuyas paredes se leen letreros hechos en computador que dicen frases como “la pureza es la mitad de la fe – dichos del poeta Muhammad, la paz sea con él”, dirigirá la fe de los más de 100 creyentes que se acercan a la Mezquita todos los viernes y entre cuyas nacionalidades se cuentan, además de colombianos convertidos a la fe musulmana, palestinos, sirios, chilenos y libaneses.
Ahmatael quedó abandonado a su suerte por culpa de la guerra de Kuwait, y con él quedó sólo la Asociación Benéfica Islámica y la mezquita a la que parece que nunca le ha pasado el tiempo por encima, pues quedó enquistada en los años de su construcción. Pese a las dificultades, y gracias a las contribuciones de la pequeña comunidad musulmana que Ahmatael estima en unas mil personas en Bogotá, pero de las que sólo unas cien se acercan al templo a orar, la mezquita ha sobrevivido. Según Ahmatael, los únicos costos que tiene son los de administración, energía y aseo, y con su trabajo como corresponsal de una cadena de televisión francesa y sus aportes intelectuales a un think tank ha logrado sostener ese sexto piso que se levantó hace unas décadas en el centro de Bogotá y que sigue buscando que cada día más y más feligreses acudan a él para cumplir con la misión que algún tiempo atrás, anterior a las guerras, un Ministerio delegó en un sirio llamado Ahmatael.

No hay comentarios:

Publicar un comentario